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Terapias alternativas con eficacia científica: ¿qué funciona de verdad?

Terapias alternativas con eficacia científica: ¿qué funciona de verdad?

Las llamadas terapias alternativas o complementarias atraen a millones de personas por prometer alivio natural a diversas dolencias. Incluyen prácticas tradicionales (como la acupuntura china), enfoques mente-cuerpo (meditación, yoga, mindfulness), suplementos herbales y otras técnicas no convencionales. Algunas de estas terapias han sido sometidas al escrutinio de la ciencia y demostraron beneficios reales, mientras que otras no funcionan más allá del efecto placebo. En 2018, un manifiesto firmado por 2.750 profesionales de la salud advertía sin rodeos: “Las pseudociencias matan… Venden azúcar a personas enfermas haciéndoles creer que puede curarles… Esto ha ocasionado muertes y lo seguirá haciendo”. Es vital, por tanto, distinguir qué terapias tienen evidencia científica de eficacia (y para qué condiciones) y cuáles carecen de respaldo o incluso conllevan riesgos. A continuación, exploramos diversas terapias alternativas populares, sus evidencias, opiniones de expertos, precauciones y consejos prácticos para incorporarlas de forma segura y efectiva.

Acupuntura: evidencia y realidades

La acupuntura, técnica milenaria de la medicina tradicional china, consiste en insertar agujas finas en puntos específicos del cuerpo. Se ha popularizado en todo el mundo como tratamiento para el dolor y otras dolencias. ¿Qué dice la evidencia? Numerosos estudios y revisiones indican que la acupuntura puede aliviar eficazmente ciertos tipos de dolor crónico: dolores de espalda y cuello, artrosis de rodilla, cefaleas, migrañas e incluso el dolor postoperatorio. Un meta-análisis de datos individuales concluyó que la acupuntura supera tanto a la ausencia de tratamiento como a la acupuntura simulada en el alivio del dolor crónico. Además, sus efectos analgésicos podrían mantenerse hasta un año en algunas condiciones (por ejemplo, artrosis o cefalea tensional). Sin embargo, la mejora respecto a una acupuntura “falsa” (colocar agujas superficiales en puntos al azar) suele ser pequeña, lo que sugiere que una parte del beneficio proviene de efectos placebo o inespecíficos. De hecho, la organización Cochrane –referente en revisiones médicas– concluyó que el único campo con resultados consistentes es el alivio del dolor, pero sin diferencias sustanciales entre la técnica clásica y una simulada. Es decir, la acupuntura puede ayudar a algunos pacientes a manejar el dolor, aunque no está claro en qué medida el efecto se debe a la punción de los puntos tradicionales o a factores psicológicos y de contexto terapéutico.

Opiniones expertas y seguridad: A pesar de la controversia, la acupuntura ha ganado cierta aceptación en la medicina integrativa. Organismos como el National Institutes of Health de EE.UU. destacan que “los efectos adversos de la acupuntura son extremadamente bajos y sin duda inferiores a los de tratamientos convencionales”, especialmente cuando la realizan profesionales cualificados con agujas estériles. Los médicos acupuntores la recomiendan principalmente para dolor de cabeza, cuello, ciática, artritis, cólicos menstruales, ansiedad, insomnio, entre otros. No obstante, muchos expertos occidentales siguen considerándola una terapia de efecto “altamente placebogénico”. En todo caso, los riesgos directos de la acupuntura son bajos: puede haber dolor leve, hematomas o mareo durante la sesión, y en muy raras ocasiones una aguja mal ubicada podría provocar infección o perforación. Debe evitarse en pacientes con trastornos de coagulación o en zonas con lesiones cutáneas. Un punto clave es acudir a acupuntores acreditados; las agujas deben ser desechables y estériles para eliminar el riesgo de infecciones.

Meditación y mindfulness: mente sana, ciencia presente

Las prácticas de meditación (incluyendo la variante occidentalizada del mindfulness o atención plena) buscan entrenar la mente para lograr relajación, concentración y bienestar emocional. En las últimas décadas se integraron en programas de manejo del estrés y salud mental, y la ciencia ha evaluado sus beneficios. Numerosos ensayos clínicos y revisiones respaldan que la meditación y el mindfulness reducen el estrés, la ansiedad y los síntomas depresivos de forma significativa. Por ejemplo, una revisión de más de 200 estudios encontró efectos especialmente positivos en la reducción del estrés en personas sanas. En pacientes con depresión resistente a tratamientos, combinar terapia cognitiva con técnicas de mindfulness demostró ser eficaz para mejorar el estado de ánimo y prevenir recaídas, según un estudio publicado en The Lancet en 2025. De hecho, científicos consultados afirman que este abordaje de terapia cognitiva basada en mindfulness “goza ya de solvente evidencia científica” para la depresión, si bien advierten que no cualquier técnica de meditación obtendrá los mismos resultados. En el ámbito físico, también se ha observado que la meditación puede contribuir modestamente a disminuir la presión arterial y mejorar el insomnio en algunos individuos, si bien no reemplaza tratamientos médicos convencionales.

Equilibrio entre entusiasmo y evidencia: La meditación es segura y accesible –cualquier persona puede practicarla unos minutos al día sin costos–, y sus efectos secundarios son prácticamente inexistentes. Muchos profesionales la recomiendan como herramienta complementaria para mejorar la salud mental y la calidad de vida. Sin embargo, es importante mantener expectativas realistas. Como señala el personal de Mayo Clinic, “muchas investigaciones muestran que la meditación es buena para la salud. Sin embargo, algunos expertos creen que no hay suficientes investigaciones que demuestren que la meditación es útil”. En otras palabras, aunque los datos apuntan beneficios, todavía se investigan los mecanismos y alcance real de estas prácticas. Los expertos en salud mental enfatizan que la meditación no debe reemplazar a la terapia psicológica tradicional en trastornos severos, sino servir de apoyo. Si decide iniciar mindfulness o meditación, puede empezar con aplicaciones guiadas, grupos o clases supervisadas, e ir aumentando gradualmente el tiempo de práctica. Es normal al principio distraerse con pensamientos; la clave está en la constancia. Y si padece alguna condición psiquiátrica, conviene comentarle a su médico o psicólogo que va a incorporarla, para que le ayude a integrarla adecuadamente en su plan de tratamiento.

Yoga y otras prácticas cuerpo-mente

El yoga es una disciplina ancestral que combina posturas físicas, control de la respiración y meditación. Se ha popularizado globalmente como ejercicio para mejorar la flexibilidad y reducir el estrés. La ciencia respalda muchos de sus beneficios: por ejemplo, ayuda a aliviar dolores musculoesqueléticos crónicos, especialmente el dolor lumbar. Una revisión de 21 estudios con más de 2.200 participantes concluyó que practicar yoga regularmente mejora ligeramente el dolor de espalda baja y la función física, comparado con no hacer ejercicio. Las mejoras fueron similares a las obtenidas con otros ejercicios o con fisioterapia, lo cual llevó al Colegio Americano de Médicos a recomendar el yoga como terapia inicial no farmacológica en el manejo del dolor lumbar crónico. También existen evidencias prometedoras (aunque basadas en menos estudios) de que el yoga puede beneficiar el dolor de cuello, la artritis de rodilla, las cefaleas tensionales y la fibromialgia. En salud mental, una revisión de 14 estudios halló que la práctica habitual de yoga se asocia con mejor bienestar emocional, mayor resiliencia y menos síntomas de ansiedad y depresión. Incluso se ha documentado que el yoga favorece hábitos saludables: quienes lo practican tienden a cuidar más su alimentación y mantenerse activos. Además, varias investigaciones muestran que el yoga mejora la calidad del sueño en distintos grupos (pacientes con cáncer, personas con insomnio, adultos mayores), así como el equilibrio y la prevención de caídas en la tercera edad.

Precauciones y disciplinas afines: El yoga, en sus múltiples estilos (Hatha, Ashtanga, Iyengar, etc.), es considerado una actividad segura para la mayoría de la gente. No obstante, pueden ocurrir lesiones si se ejecutan posturas avanzadas sin la técnica adecuada; siempre es recomendable aprender con instructores calificados, adaptar las posturas a las propias limitaciones y evitar forzar el cuerpo más allá de sus límites. Personas con problemas articulares, lesiones de columna u otras condiciones deben consultar con su médico y con el profesor de yoga para modificar ciertas posiciones. En general, empezar con un yoga suave o principiantes, e ir progresando, minimizará riesgos. Cabe mencionar otras prácticas cuerpo-mente similares con evidencia de beneficio: el tai chi (un arte marcial suave de origen chino) ha mostrado mejorar el equilibrio y reducir el riesgo de caídas en adultos mayores, además de aliviar dolores articulares y la ansiedad gracias a sus movimientos lentos y meditación en movimiento. Asimismo, técnicas de respiración y relajación, como ejercicios de respiración profunda o biofeedback, pueden reducir el estrés fisiológico. Todas estas disciplinas comparten el foco en armonizar mente y cuerpo, y funcionan mejor como complemento de la medicina convencional, no como sustituto. En palabras de un informe del National Center for Complementary and Integrative Health, “participar en programas de yoga motiva a adoptar hábitos de vida más saludables”, integrando actividad física y manejo del estrés en la rutina.

Suplementos naturales: cúrcuma, omega-3 y más

Los remedios herbales y suplementos dietéticos son otro pilar de las terapias alternativas. La idea de “lo natural” atrae, pero es crucial evaluar caso por caso qué dice la evidencia y qué precauciones tomar. Algunos suplementos han demostrado beneficios modestos pero reales en estudios científicos. Por ejemplo, la cúrcuma (especia cuyo componente activo es la curcumina) se ha propuesto como antiinflamatorio natural. Ciertos ensayos clínicos sugieren que extractos de curcumina pueden aliviar el dolor y mejorar la función en artrosis de rodilla de leve a moderada, comparados con placebo. También se investiga su potencial en enfermedades metabólicas y digestivas. Sin embargo, expertos en nutrición advierten que muchas de las “bondades” atribuidas a la cúrcuma carecen de respaldo científico, especialmente las afirmaciones más espectaculares como que es anticancerígena o antimicrobiana. “Quienes defienden su efecto anticancerígeno se basan en investigaciones en animales y laboratorio”, señala Alba Coll, dietista-nutricionista de la Fundación Alícia. Los ensayos en humanos han sido pequeños y preliminares, y hasta el propio National Cancer Institute de EE.UU. sentencia que no hay evidencia suficiente para afirmar que la curcumina prevenga o trate el cáncer en personas. En resumen, la cúrcuma no es milagrosa, aunque podría tener algún efecto beneficioso (por ejemplo, en digestiones o inflamación leve) a dosis adecuadas. Tampoco es inocua: Miguel Ángel Lurueña, doctor en Ciencia de Alimentos, enfatiza que “no es una especia ni milagrosa ni inocua”. Dosis excesivas de suplementos de cúrcuma pueden causar malestar gastrointestinal, e incluso toxicidad hepática en casos raros. Su absorción es limitada y a veces se combina con pimienta negra (piperina) para mejorarla, lo que a su vez puede interferir con ciertos medicamentos.

Otro suplemento muy consumido es el omega-3, presente en aceite de pescado y linaza. Los ácidos grasos omega-3 (EPA y DHA) han mostrado evidencias sólidas de beneficio cardiovascular: “el consumo de pescados grasos en una dieta saludable ayuda a mantener un corazón sano y reduce ciertos problemas cardíacos”, en parte porque disminuye los triglicéridos sanguíneos. La Asociación Americana del Corazón recomienda comer pescado azul 1–2 veces por semana, y en personas con enfermedad coronaria sugiere unos 1 gramo diario de EPA+DHA (preferiblemente de fuentes naturales, o en su defecto suplementos bajo supervisión médica). No obstante, en prevención primaria (personas sin diagnóstico de cardiopatía) los suplementos de omega-3 no han mostrado reducir significativamente el riesgo de infarto o accidente cardiovascular en ensayos clínicos amplios. Es decir, son más útiles como terapia coadyuvante en pacientes de riesgo o con triglicéridos altos, que como “píldora preventiva” universal. Fuera del ámbito cardíaco, dosis altas de omega-3 pueden aliviar la inflamación en enfermedades como la artritis reumatoide –hay estudios que indican que quienes los toman necesitan menos analgésicos para el dolor articular–, y también se investigan sus efectos en la función cognitiva (demencia), salud visual y incluso salud mental (algunos metaanálisis sugieren que añadir omega-3 ayuda ligeramente en la depresión). Pero para varias de estas indicaciones, los resultados son mixtos o insuficientes. En cuanto a seguridad, los omega-3 en dosis moderadas (hasta ~3 g al día) se toleran bien; dosis elevadas pueden aumentar el riesgo de sangrado y provocar efectos digestivos (eructos con sabor a pescado, náuseas, diarrea), por lo que no se debe exceder la dosis recomendada sin control médico.

Otros suplementos comunes: La lista es larga. Algunos han mostrado cierta eficacia específica: por ejemplo, la melatonina (hormona natural) es eficaz para regular el sueño en casos de insomnio leve o jet lag; la valeriana tiene un leve efecto sedante que puede ayudar a dormir (aunque la evidencia es débil); el jengibre es reconocido por aliviar náuseas (en embarazo o mareo, por ejemplo); el ajo y el olivo pueden reducir modestamente la hipertensión; y la hierba de San Juan (Hypericum) ha demostrado eficacia comparable a antidepresivos convencionales en depresión leve, pero conlleva riesgo de serias interacciones farmacológicas (por lo que su uso debe ser supervisado). Por otro lado, ciertos remedios populares no han superado la prueba científica: la equinácea, muy usada para prevenir resfriados, no ha demostrado beneficios consistentes en estudios clínicos; el ginkgo biloba, tomado para mejorar la memoria, no previene el deterioro cognitivo según ensayos controlados. Natural no es sinónimo de seguro: los suplementos herbales pueden provocar efectos adversos (hepáticos, cardíacos, alergias) y muchos interactúan con medicamentos comunes. Además, no están tan regulados como los fármacos: ha habido casos de productos contaminados o con concentraciones erráticas del principio activo. Por ello, expertos insisten: “Tomar suplementos en exceso, sin considerar las cantidades por ser ‘natural’, es un error. Pueden ser tóxicos”. Si opta por un suplemento, infórmese con fuentes confiables, adquiera marcas de calidad contrastada y coméntelo con su médico, especialmente si padece enfermedades o toma medicinas (por ejemplo, los omega-3 en altas dosis pueden potenciar anticoagulantes). Y recuerde que ningún suplemento reemplaza un tratamiento médico probado; a lo sumo, puede complementarlo.

Homeopatía: el placebo elevado a sistema

La homeopatía merece mención aparte como una de las terapias alternativas más controvertidas. Creada en el siglo XVIII por Samuel Hahnemann, se basa en dos principios: “lo similar cura lo similar” (usar sustancias que en altas dosis producirían los síntomas de la enfermedad) y las diluciones extremas (cuanto más diluida está la sustancia, supuestamente más potente es su acción). Los productos homeopáticos suelen ser diluciones tan elevadas que no contienen prácticamente ni una molécula del principio original, presentándose en forma de glóbulos de azúcar o gotitas. ¿Funciona la homeopatía? La evidencia científica acumulada dice que no. Hasta siete revisiones sistemáticas de la Colaboración Cochrane (la referencia en medicina basada en evidencia) han evaluado distintos remedios homeopáticos para diferentes problemas de salud, encontrando siempre el mismo resultado: no sirven para nada más allá del placebo. Por ejemplo, una revisión Cochrane sobre el Oscillococcinum® (remedio homeopático para la gripe) analizó 7 estudios y concluyó que “no tiene mayor efecto que un placebo”. Otra revisión en pediatría tampoco halló eficacia de la homeopatía en las enfermedades agudas infantiles. Un extenso informe publicado en Australia en 2015, tras revisar cientos de estudios, sentenció que no hay condición médica con evidencia confiable de que la homeopatía sea efectiva. Las pocas investigaciones que aparentemente mostraron beneficio tenían errores de metodología o sesgos. En resumen, la homeopatía actúa, en el mejor de los casos, como placebo: algunas personas pueden notar mejora subjetiva al tomar las bolitas de azúcar, pero no hay un mecanismo real de curación más allá de la sugestión.

Riesgos y posición de expertos: Puesto que los preparados homeopáticos suelen ser inocuos (al fin y al cabo, son agua azucarada sin principios activos), podría pensarse “mal no hará”. El peligro radica en aplazar o evitar tratamientos que sí son eficaces por confiar en la homeopatía. Los médicos alertan de que esto ha llevado a desenlaces fatales en enfermedades graves tratadas solo con homeopatía en vez de con medicina real. De hecho, instituciones sanitarias han tomado medidas: en España, el Ministerio de Sanidad publicó en 2018 un plan para eliminar las “pseudoterapias” de hospitales y universidades, incluyendo la homeopatía por su falta de eficacia. El Servicio Nacional de Salud británico (NHS) dejó de financiarla al considerarla un gasto injustificado. Y academias científicas europeas (EASAC) emitieron informes desaconsejando su uso. Expertos en medicina integrativa señalan que, a diferencia de otras terapias complementarias que pueden coexistir con la medicina convencional, la homeopatía se basa en principios incompatibles con los conocimientos de química y biología (las diluciones 30CH implican un factor de dilución de 10^60, mucho más átomos que los existentes en el universo observable, haciendo imposible que quede rastro del principio activo). Por ello, no sorprende que, como resume un artículo divulgativo, “las revisiones independientes más concienzudas repiten la misma idea: [los remedios homeopáticos] no sirven para nada”. En la práctica, si alguien desea usar homeopatía para un malestar leve (por ejemplo, un resfriado común) entendiendo que es un placebo inocuo, es su elección; pero jamás debe usarse en sustitución de tratamientos para infecciones serias, cáncer, diabetes, enfermedades autoinmunes u otras patologías importantes. Y desde luego, no conviene gastar grandes sumas en estos productos –que, como decía el manifiesto citado, se reducen a “vender azúcar a enfermos”– cuando ese dinero podría invertirse en terapias eficaces o hábitos saludables.

Reiki y “terapias de energía”

Bajo la etiqueta de terapias energéticas se agrupan prácticas como el Reiki, el toque terapéutico, la sanación pránica, entre otras. El Reiki, originado en Japón, propone que un terapeuta puede canalizar una supuesta “energía vital universal” colocando sus manos levemente sobre el paciente para promover la curación. Su popularidad ha crecido en algunas clínicas como terapia complementaria para relajación. ¿Qué hay de cierto en ello? La realidad es que las bases de Reiki no cuentan con respaldo científico: no se ha comprobado la existencia de campos de energía curativos en el cuerpo humano. Las investigaciones clínicas realizadas son de baja calidad en su mayoría, con resultados inconsistentes. Una revisión sistemática identificó algunos estudios sobre Reiki y dolor o ansiedad, pero todos tenían alto riesgo de sesgo y sus conclusiones no fueron firmes. En general, la evidencia rigurosa no ha probado eficacia del Reiki más allá del placebo. Por ejemplo, la reducción de ansiedad o mejora de ánimo que algunos pacientes reportan tras una sesión de Reiki puede explicarse por el entorno tranquilo, la atención personalizada y la sugestión, no por una transferencia real de “energía sanadora”.

Dicho esto, ¿es seguro probar Reiki? En principio sí: al ser una técnica no invasiva (manos moviéndose sobre el cuerpo, sin manipulación brusca ni ingestión de sustancias), no conlleva riesgos físicos directos. Muchas personas lo encuentran relajante, similar a una meditación guiada. El verdadero riesgo del Reiki, al igual que con la homeopatía, surge si alguien decide usarlo en lugar de tratamientos médicos comprobados para problemas serios. Ni el Reiki ni otras terapias de “energía” curan el cáncer, ni eliminan infecciones, ni sustituyen una vacuna o una cirugía necesaria. Por eso, si se toma como complemento (por ejemplo, para ayudar a relajarse durante la quimioterapia, o para afrontar la ansiedad), podría tener un espacio siempre que el paciente y sus médicos lo tengan claro. Algunos hospitales ofrecen Reiki voluntario para confort, pero dejando claro que es adicional y no terapéutico en sí mismo. En resumen, Reiki no ha demostrado eficacia médica, pero en manos de un practicante empático puede generar un efecto placebo beneficioso (relajación, alivio subjetivo del estrés). Cualquier mejora más allá de eso no está comprobada. Si decide experimentar con Reiki, hágalo con expectativas realistas y nunca abandone sus tratamientos médicos por ello.

Aromaterapia: aceites esenciales y bienestar

La aromaterapia utiliza aceites esenciales concentrados de plantas (lavanda, menta, eucalipto, etc.) con la intención de mejorar la salud o el estado de ánimo a través del olfato o la aplicación tópica. ¿Puede el simple aroma de una esencia tener efectos medibles? La evidencia científica sobre aromaterapia es limitada pero señala algunos beneficios puntuales. Diversos estudios pequeños han observado que ciertas fragancias pueden inducir relajación y reducir la ansiedad en situaciones de estrés. Por ejemplo, en salas de espera prequirúrgicas o durante el parto, la difusión de aceite esencial de lavanda ha logrado disminuir la ansiedad reportada por las pacientes en comparación con no usar nada. Un metaanálisis indicó que la aromaterapia (con distintos aceites) “alivia significativamente la ansiedad independientemente de la causa”, si bien la magnitud del efecto suele ser moderada. Asimismo, se ha estudiado su impacto en el dolor: una revisión encontró que la aromaterapia, combinada con cuidados convencionales, puede contribuir a reducir el dolor postoperatorio y obstétrico. Por ejemplo, mujeres en trabajo de parto que inhalaron aceite de rosa o de menta reportaron menos dolor y menor ansiedad que un grupo control en algunas investigaciones. También el aceite esencial de menta aplicado tópicamente en sienes y cuello mostró eficacia para aliviar cefaleas tensionales leves en un ensayo comparativo, similar a la del paracetamol, según reportes clínicos. En el insomnio, no hay pruebas sólidas de que los aromas por sí solos resuelvan trastornos del sueño, pero pueden ser coadyuvantes en rituales de relajación antes de dormir (un baño con esencia de lavanda, por ejemplo).

Usos responsables y precauciones: La aromaterapia se considera principalmente una terapia complementaria de bienestar, no un tratamiento de primera línea para enfermedades. No sustituye analgésicos, ansiolíticos u otros medicamentos, pero puede integrarse para mejorar el confort del paciente. Sus riesgos son pocos siempre que se use correctamente: nunca se deben ingerir aceites esenciales (algunos son tóxicos por vía oral) y en la piel deben aplicarse diluidos en un aceite portador (como almendra o coco) para evitar irritación o quemaduras. Ciertos aceites (cítricos, canela, orégano, árbol de té) pueden ser particularmente irritantes o alergénicos, por lo que hay que usarlos con precaución y en baja concentración. Las personas con alergias, asma o migrañas deben probar con cuidado los aromas, ya que en algunos casos un olor fuerte podría desencadenar síntomas. Dicho esto, la mayoría de personas disfruta de la aromaterapia sin problema: oler lavanda, naranja dulce o incienso durante unos minutos puede inducir un estado de calma y agrado. Como explica la ciencia olfativa, los olores tienen conexión directa con áreas cerebrales vinculadas a las emociones, lo que explicaría por qué ciertos aromas nos relajan (asociaciones positivas, recuerdo de ambientes tranquilos) aunque no exista un efecto fisiológico potente. Para quien quiera incorporarla, algunos consejos prácticos: empezar con aceites de calidad (puro esencial, sin fragancias artificiales), usarlos en difusores o unas gotas en un pañuelo/inhalador personal, y elegir la esencia según el efecto deseado (lavanda o manzanilla para relajación, menta o romero para vigorizar, cítricos para ánimo, etc.). Siempre mantener la habitación ventilada y no exceder la dosis (unos pocos gotitas bastan). En resumen, la aromaterapia sí puede aportar un efecto reconfortante y reductor de estrés en muchos casos, aunque no cura patologías por sí misma. Úsese como complemento agradable dentro de una estrategia integral de salud.

Musicoterapia: el poder terapéutico de la música

¿Puede la música ser medicina? La musicoterapia es la disciplina que aplica la música y sus elementos (melodía, ritmo, armonía) con objetivos terapéuticos, dirigida por un musicoterapeuta titulado. A diferencia de simplemente escuchar música por placer, la musicoterapia implica intervenciones estructuradas (como improvisación musical, cantar, tocar instrumentos o escuchar música seleccionada) para abordar necesidades físicas, emocionales o cognitivas de pacientes. La ciencia ha ido acumulando evidencias de los beneficios de la música en contextos de salud. Por ejemplo, las intervenciones musicales muestran eficacia en reducir la ansiedad y el dolor en pacientes hospitalizados. Una revisión de 2016 que analizó 97 estudios (más de 9.000 participantes) encontró que las terapias basadas en música produjeron reducciones significativas en la intensidad del dolor y la angustia asociada, tanto en dolores agudos (postoperatorios) como crónicos. Otro campo de aplicación es la salud mental: hay evidencia preliminar de que la musicoterapia ayuda a mejorar el estado de ánimo en depresión y a disminuir la ansiedad. En personas con demencia, una reciente revisión Cochrane halló que la musicoterapia mejora de forma significativa los síntomas depresivos y algunos problemas de conducta asociados a la enfermedad. De hecho, los autores concluyen que incorporar sesiones musicales en residencias de mayores puede ser muy beneficioso como enfoque centrado en la persona. También en el autismo infantil se ha usado la musicoterapia para fomentar la comunicación, con cierto éxito en mejorar habilidades sociales en algunos pequeños (aunque los estudios son heterogéneos). En rehabilitación neurológica, el uso de ritmos ha mostrado ayudar a recuperar marcha en pacientes con Parkinson o tras accidentes cerebrovasculares (la técnica de entrenamiento rítmico auditivo). Y en el ámbito de cuidados paliativos, la música se emplea para aliviar la angustia emocional y proporcionar confort en pacientes con enfermedades terminales.

Ventajas y limitaciones: La musicoterapia tiene la fortuna de ser una intervención inherentemente placentera y segura: la gran mayoría de estudios no reportan efectos negativos. Escuchar o hacer música difícilmente hará daño; a lo sumo, hay que cuidar que el volumen no sea demasiado alto (para no dañar la audición) y considerar sensibilidades individuales (una pieza musical asociada a recuerdos dolorosos podría generar tristeza en algún paciente, por ejemplo). Otra posible “contraindicación” es evitar saturar o fatigar: en ciertos trastornos (p. ej., migrañas) tal vez no sea el mejor momento de exponer al paciente a estímulos sonoros. Pero, en general, es una terapia bien tolerada. Los expertos resaltan que la musicoterapia “ofrece una forma atractiva y accesible de manejar el estado de ánimo y la conducta” en población vulnerable. Eso sí, es importante diferenciar: escuchar música en casa puede ser terapéutico de por sí, pero la musicoterapia clínica implica un profesional que adapta la intervención a objetivos concretos del paciente (mejorar la comunicación, reducir ansiedad prequirúrgica, facilitar la rehabilitación motora, etc.) y evalúa sus progresos. Quien desee explorar la musicoterapia debería buscar un musicoterapeuta acreditado, especialmente para objetivos terapéuticos definidos. Por lo demás, integrar más música en la vida cotidiana es una recomendación general de bienestar: canciones relajantes para reducir el estrés, canto o aprendizaje de un instrumento para estimular el cerebro, música alegre para mejorar el ánimo durante actividades diarias. La ciencia nos dice que la música activa múltiples áreas cerebrales –emocionales, motoras, cognitivas– y puede desencadenar la liberación de dopamina (neurotransmisor del placer), lo que explica su potente efecto en el bienestar humano. En suma, la musicoterapia es una de las terapias alternativas con evidencia más positiva y prácticamente nulo riesgo: no curará una enfermedad por sí sola, pero puede mejorar la calidad de vida y los síntomas emocionales de diversas condiciones de salud.

Otras terapias complementarias comunes

Además de las ya descritas, existen muchas otras terapias alternativas en boga. Algunas muestran cierta efectividad en áreas específicas, mientras que otras no han probado su utilidad. Hacemos un repaso breve de varias de las más frecuentes:

  • Quiropráctica (ajuste vertebral): Es una práctica que manipula la columna vertebral y articulaciones para aliviar dolores, especialmente de espalda. La evidencia apoya su eficacia principalmente en el dolor lumbar agudo o subagudo (duración menor a 3 meses) y en exacerbaciones de dolor crónico. Muchos pacientes con lumbalgia reportan mejoría tras unos ajustes quiroprácticos, similar a la obtenida con fisioterapia. Sin embargo, para otras condiciones no musculoesqueléticas (como asma, hipertensión, infecciones de oído, etc.), no hay pruebas de que la quiropráctica tenga ningún efecto. Cabe destacar también los riesgos poco comunes pero graves: manipular el cuello puede provocar lesiones en las arterias vertebrales que llevan sangre al cerebro, pudiendo causar un infarto cerebral (ictus) en casos muy raros. Un estudio detectó que muchos efectos adversos serios de la quiropráctica no se reportan adecuadamente, lo que crea una falsa sensación de seguridad. Por eso, se recomienda que las personas con osteoporosis severa, hernias cervicales o factores de riesgo vascular eviten las manipulaciones bruscas de cuello. En general, la quiropráctica puede ser útil a corto plazo para dolor de espalda y cuello, pero siempre en manos de profesionales titulados y tras descartar en consulta médica un problema que requiera otro abordaje. Y desde luego, no sustituye hábitos importantes como la actividad física regular o la ergonomía postural en el cuidado de la columna.

  • Masajes terapéuticos: La terapia de masaje, que incluye desde masajes suecos hasta reflexología (masaje en puntos de pies/manos), es ampliamente utilizada para relajación y alivio de tensiones musculares. La investigación muestra que el masaje reduce el estrés y la ansiedad de forma consistente, al disminuir los niveles de cortisol y frecuencia cardíaca a corto plazo. También se ha comprobado que puede aliviar dolores musculares locales y mejorar transitoriamente la circulación. No es sorprendente que muchos hospitales ofrezcan masajes a pacientes con cáncer o postcirugía para mejorar su confort. Los masajes son seguros en general, aunque deben evitarse zonas inflamadas, heridas abiertas, trombosis venosas o áreas de fractura reciente. Un masaje mal hecho o demasiado vigoroso podría causar contracturas o lesión en nervios superficiales, pero esto es infrecuente. En manos de un buen terapeuta, los masajes son un complemento excelente para el bienestar físico y mental. Eso sí, sus efectos suelen ser temporales; para dolores crónicos, conviene combinarlos con ejercicio terapéutico y otras intervenciones.

  • Medicina herbolaria y tradicional (Ayurveda, medicina china): Muchas culturas tienen sus sistemas médicos tradicionales basados en hierbas y prácticas holísticas. La medicina Ayurveda de la India, por ejemplo, utiliza combinaciones de hierbas, dieta y técnicas como el yoga. Algunas hierbas ayurvédicas han sido estudiadas: ashwagandha muestra cierto efecto ansiolítico y anti-estrés en estudios preliminares; cúrcuma (propia también de Ayurveda) ya la discutimos; boswellia se investiga por su efecto antiinflamatorio en artritis. La medicina tradicional china, además de la acupuntura, emplea fórmulas herbales para distintas dolencias (ej. la ephedra –Ma Huang– para congestión respiratoria, actualmente restringida por riesgos cardíacos). Si bien algunas plantas medicinales derivadas de estas tradiciones han dado lugar a fármacos (la artemisinina contra la malaria proviene de una hierba china, la morfina de una planta usada ancestralmente, etc.), muchas otras no tienen pruebas sólidas en su forma natural o presentan problemas de seguridad (contaminación con metales pesados en preparados ayurvédicos o interacciones farmacológicas peligrosas). Por eso, recurrir a remedios herbales tradicionales debe hacerse con precaución: investigar su evidencia actual, asegurarse de la pureza del producto, e informar siempre al médico. Integrar lo mejor de la tradición y la ciencia es posible, pero sin idealizar por ser “antiguo”: los métodos modernos de estudio son necesarios para separar qué funciona de lo que no.

  • Hipnosis clínica: La hipnosis, a diferencia de las anteriores, ya no se considera tan “alternativa” –muchos psicólogos y médicos la emplean como terapia complementaria–. Consiste en inducir un estado de concentración relajada en el paciente para facilitar sugestiones positivas. La evidencia respalda su utilidad para manejo del dolor (por ejemplo, en procedimientos dentales, partos, síndrome de colon irritable) y para tratar hábitos nocivos (hipnosis para dejar de fumar). También puede ayudar en la ansiedad y fobias en combinación con psicoterapia. La hipnosis bien aplicada es segura; las contraindicaciones serían personas con ciertos trastornos psicóticos o muy escasa capacidad de concentración, donde podría no ser apropiada. Es importante diferenciar la hipnosis clínica (avalada por sociedades médicas) del show hipnótico de escenario –lo segundo es entretenimiento, no terapia–. En buenas manos, la hipnoterapia puede ser un complemento efectivo en el arsenal terapéutico.

  • Otras terapias de moda: Surgen constantemente métodos nuevos o reempaquetados: desde la acupresión (similar a acupuntura pero presionando con dedos en lugar de agujas; puede aliviar tensiones leves), la kinesiología holística (sin base científica demostrada), la terapia de imanes (no hay evidencia de que los imanes curen enfermedades, más allá de algún efecto en dolor muscular en casos específicos), hasta técnicas como constelaciones familiares, florecimiento cuántico, cristales energéticos y un largo etcétera que, hasta la fecha, no cuentan con validación científica. Conviene ser escéptico con terapias que prometen curas milagrosas o explicaciones pseudo-científicas rebuscadas (energías cuánticas, “memorias del agua”, reequilibrar vibraciones, etc.). La mayoría de ellas no han superado ensayos clínicos controlados. Esto no significa que todo deba ser descartado de plano –a veces la ciencia puede investigar e identificar algún efecto novedoso en prácticas ancestrales–, pero sí significa que uno debe exigir pruebas antes de depositar tiempo, dinero y esperanzas en ellas.

Recomendaciones finales para integrar terapias alternativas

Al considerar una terapia alternativa o complementaria, es importante hacerlo de forma informada y responsable. Estos son algunos lineamientos prácticos respaldados por expertos:

  • Consulta con tu profesional de salud: Antes de iniciar cualquier terapia o suplemento, habla con tu médico de cabecera o especialista. Asegúrate de que no interfiera con tus tratamientos convencionales ni agrave alguna condición preexistente. La medicina integrativa busca coordinar lo mejor de ambos mundos, no sustituir uno por otro.

  • Infórmate con fuentes confiables: No te quedes solo con el testimonio anecdótico o la publicidad. Revisa la evidencia científica disponible (por ejemplo, en sitios de instituciones reconocidas, revistas médicas, informes de Cochrane, etc.). Si la terapia en cuestión tiene estudios, ¿son de calidad? ¿Qué magnitud de beneficio muestran? Y muy importante, ¿cuáles son sus posibles riesgos? Busca consenso de expertos, no solo la opinión de quien vende la terapia.

  • Evita a quien promete milagros: Desconfía de cualquier tratamiento alternativo que asegure curar enfermedades graves (cáncer, VIH, diabetes tipo 1, etc.) o que te pida dejar tus medicamentos. Las curas milagrosas no existen. Las terapias complementarias funcionan de verdad solo en ciertos aspectos (aliviar síntomas, mejorar bienestar) pero no reemplazan cirugías necesarias, antibióticos en infecciones, quimioterapia en cáncer, insulina en diabetes, y así sucesivamente. Como dijeron aquellos 2.750 especialistas: las pseudociencias que hacen abandonar tratamientos probados pueden costar vidas.

  • Verifica la credenciales del terapeuta: Si vas a acudir a un acupuntor, quiropráctico, osteópata, naturópata, etc., comprueba que tenga formación seria y licencia (en su caso). Un buen profesional alternativo reconoce los límites de su terapia y trabaja conjuntamente con médicos. Si en cambio reniega de la medicina y se autodenomina “sanador único”, es una bandera roja.

  • Escucha a tu cuerpo y usa el sentido común: Si pruebas una terapia y no notas ningún beneficio tras un tiempo razonable, reconsidera si vale la pena seguir invirtiendo en ella. Si notas efectos adversos, por leves que sean, coméntalos. No “te obligues” a seguir con algo que no te hace sentir bien solo porque sea natural o alternativo. Por ejemplo, si un suplemento herbal te produce malestar gástrico constante, déjalo, aunque digan que “desintoxica” –tu cuerpo te está indicando que no le sienta bien.

  • Integrar hábitos saludables comprobados: Muchas veces, los beneficios atribuidos a terapias alternativas en realidad provienen de los hábitos colaterales que fomentan. Por ejemplo, practicar yoga te hace más consciente de tu postura y respiración, aprender meditación te anima a gestionar el estrés, acudir a acupuntura regularmente implica dedicarte tiempo de autocuidado… Todos esos cambios (hacer ejercicio suave, relajarte, alimentarte mejor) tienen por sí mismos impactos positivos. Úsalos a tu favor. Las terapias complementarias funcionan mejor cuando van de la mano de un estilo de vida saludable, no como parche aislado.

  • Calidad y legalidad de los productos: Si compras hierbas o suplementos, adquiérelos de proveedores confiables. Verifica que tengan registros sanitarios. Ten cuidado con productos importados de dudoso origen o mezclas “secretas” –ha habido casos de adulteración con fármacos, especialmente en productos para adelgazar, potencia sexual, etc. En España y la UE, muchos remedios herbales se venden como “complementos alimenticios” sin exigencia de demostrar eficacia, pero al menos deben ser seguros. Infórmate en fuentes oficiales (Agencia Española de Medicamentos, por ejemplo) si existen alertas sobre ese producto.

Conclusión: Las terapias alternativas abarcan desde abordajes plenamente validados por la ciencia (ej. meditación para ansiedad, yoga para dolor de espalda) hasta prácticas sin efecto comprobable (homeopatía) o francamente disparatadas. Separar el grano de la paja requiere una mente abierta y escéptica a la vez. Como suele decirse, “la medicina alternativa que se demuestra eficaz se convierte simplemente en medicina”. Por ello, enfoques como la acupuntura o la musicoterapia han ido incorporándose como complementos en entornos médicos, mientras que otros se van descartando. Lo que funciona de verdad es aquello que resiste las pruebas objetivas: si una terapia alternativa te ofrece beneficios tangibles y medibles, y lo hace de forma segura, bienvenida sea como aliada. Pero nunca olvides que tu salud es primero. Utiliza estas terapias para sumar bienestar, no para sustituir tratamientos esenciales. Informa siempre a tu médico de todo lo que estés tomando o haciendo. Y mantente crítico: el hecho de que algo sea tradicional o “natural” no lo hace automáticamente eficaz o inocuo. Con información veraz y orientación profesional, puedes incorporar terapias complementarias de forma que realmente sumen a tu salud –esa es la meta, lograr integrar lo mejor de todos los mundos en beneficio de tu bienestar.


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