Por qué los pequeños detalles aún dicen quiénes fuimos… y quiénes somos
A lo largo de nuestras vidas, algunos objetos han sido mucho más que simples complementos. Nos definieron. Nos acompañaron en los días de gloria, en las primeras citas, en los ascensos laborales, en los veranos eternos. Relojes, perfumes, gafas… no eran meros artículos funcionales, sino símbolos silenciosos de una generación que aprendió a mirar el mundo con estilo, a oler a futuro y a contar el tiempo con elegancia.
Este artículo es un viaje sensorial a través de tres objetos icónicos que marcaron nuestras décadas: desde los años 70 hasta los 2000. Porque en el fondo, nuestros accesorios también cuentan nuestra historia.
El reloj: el poder de tener el tiempo en la muñeca
Mucho más que horas
En los años 70 y 80, llevar reloj no era una opción: era un rito de paso. Era el primer regalo serio, muchas veces el primero que nuestros padres o abuelos nos hacían con solemnidad. Un reloj decía que ya éramos responsables, que el tiempo tenía valor.
El Casio digital llegó como un golpe futurista, con cronómetro, alarma y luz. Para los más clásicos, un Seiko automáticoo un Certina suizo hablaban de sobriedad y distinción. En los 90, muchos soñamos con un TAG Heuer, un Omega Speedmaster o el inalcanzable Rolex Datejust, joyas de muñeca que no solo daban la hora, sino también prestigio.
Una identidad portátil
El reloj hablaba de nosotros sin decir palabra: deportivo, ejecutivo, discreto o provocador. Era parte del uniforme invisible de cada día. Nos lo quitábamos por la noche como si desactiváramos una parte de nuestro rol social.
Y aunque hoy muchos miren el móvil para ver la hora, nosotros seguimos mirando la muñeca, con ese gesto automático, casi ancestral. Porque un reloj no es un aparato, es una extensión del carácter.
El perfume: la memoria en estado líquido
El aroma de un tiempo
Los perfumes fueron —y siguen siendo— una forma de identidad olfativa. En los 80, Eau Sauvage de Dior, Drakkar Noir, Fahrenheit, CK One, Opium, Anaïs Anaïs, Angel, Carolina Herrera… marcaron generaciones enteras. Entrabas a una discoteca y podías adivinar la marca por el halo que dejaba cada persona al pasar.
No eran perfumes: eran promesas, eran declaraciones, eran la banda sonora invisible de cada década.
El perfume como arma y refugio
Un buen perfume nos protegía del anonimato. Era un acto de afirmación personal. Había quien se lo ponía solo en el cuello, quien lo rociaba en el aire y se metía dentro de la nube, quien lo guardaba para los domingos y quien no salía de casa sin él.
Algunos de nosotros seguimos fieles a ese primer perfume. Otros hemos cambiado con la madurez, buscando esencias más complejas, más sobrias, más profundas. Pero todos sabemos que hay olores que nos devuelven a una persona, a una estación del año, a un primer beso.
Las gafas: mirar el mundo con estilo
Del sol y de la vida
Las gafas no solo nos protegían del sol: nos convertían en otra versión de nosotros mismos. Eran rebeldes, misteriosas, seductoras. Las Ray-Ban Aviator o las Wayfarer marcaron la estética de los 80 con aires de Hollywood. En los 90, las gafas minimalistas tipo John Lennon o las más geométricas ganaron espacio.
Pero más allá de la moda, las gafas eran un escudo. Nos hacían sentir seguros, interesantes, incluso poderosos. Eran un accesorio con superpoderes: te escondían y te mostraban a la vez.
El salto a las gafas de ver
Y cuando llegaron las gafas de lectura, no fue fácil. Al principio nos resistimos. Después, las convertimos en un nuevo objeto de estilo. De pronto, tener varias monturas se volvió divertido, expresivo, incluso vanguardista. Ya no eran una señal de edad, sino de sofisticación.
Hoy hay gafas que cuentan que estamos informados, que tenemos sensibilidad estética, que aún queremos aprender, leer, mirar… y hacerlo con claridad.
Objetos que regresan
Curiosamente, en esta época de nostalgia y “vintage”, muchos jóvenes redescubren lo que para nosotros fue cotidiano: los relojes analógicos, los perfumes intensos, las gafas con alma. Y lo hacen con admiración. Como quien desempolva un vinilo y se da cuenta de que hay magia en lo físico, en lo duradero, en lo auténtico.
Nosotros no necesitamos recuperar estos objetos: nunca los perdimos. Siguen con nosotros. En el cajón del baño, en la mesilla de noche, en el retrovisor del coche, en la caja de recuerdos donde duerme aquel reloj que nos regaló papá.
No son objetos, son capítulos
Relojes, perfumes, gafas… no fueron simples cosas. Fueron compañeros de vida, testigos de historias. Nos ayudaron a definirnos cuando aún no sabíamos quiénes éramos, y hoy nos ayudan a recordar quiénes fuimos.
Cada uno tiene los suyos. Cada uno guarda una historia. Y en FIFTIERS, creemos que es hora de contarlas.
¿Y tú?
¿Cuál era tu perfume?
¿Qué reloj llevabas cuando te dieron tu primer beso?
¿Recuerdas las gafas que te acompañaron a tu primer trabajo?
Cuéntanos tu historia en los comentarios. Porque esta generación no necesita nostalgia: tiene memoria.
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