Hubo un tiempo —y no tan lejano— en el que mantener una amistad requería paciencia, ingenio y, sobre todo, voluntad. Los que hoy formamos parte de la generación FIFTIERS recordamos perfectamente cómo era construir y mantener esos lazos en un mundo analógico, donde cada encuentro era planeado casi como una pequeña odisea y cada conversación por teléfono tenía algo de evento.
Cuando una llamada desde la cabina podía salvar una amistad
Muchos de nosotros aprendimos de adolescentes a usar las cabinas telefónicas como una extensión de nuestra vida social. No siempre teníamos monedas suficientes, y aún así, hacíamos lo imposible para conectarnos con quienes importaban. Buscar una cabina, hacer cola, tratar de no perder la paciencia mientras alguien alargaba su charla… Y cuando finalmente era nuestro turno, ese sonido de marcar los números era casi un ritual.
La llamada desde la cabina no era solo un recurso práctico; era un símbolo de nuestra manera de entender la amistad: directa, paciente, dispuesta a superar obstáculos.
En esos años, la amistad era activa y comprometida. Había que llamar a la casa, arriesgarse a que contestara un padre serio o una madre curiosa. Había que concertar citas sin posibilidad de cambios de última hora: “Nos vemos en la entrada del cine a las siete”, y allí había que estar, porque no había manera de avisar de un retraso o un cambio de planes. Eso forjaba un respeto y una seriedad hacia el otro que hoy nos parecen casi heroicos.
El salto a los SMS: brevedad con corazón
La llegada de los mensajes de texto supuso un pequeño terremoto. De repente, podíamos enviar un saludo breve, un aviso, un “¿cómo estás?” sin invadir demasiado. Sin embargo, cada carácter contaba: los SMS costaban dinero y se medían casi como si fueran telegramas. Eso nos hizo concisos, pero también más conscientes del valor de cada palabra.
Con los SMS, la amistad empezó a adquirir un matiz más inmediato, pero aún mantenía una cierta solemnidad. No se usaban para trivialidades constantes, sino para momentos clave: felicitar un cumpleaños, confirmar una cita, o mandar un apoyo en momentos importantes.
Redes sociales: la amistad se amplifica y se diluye
Después llegaron las redes sociales y el correo electrónico. De golpe, pudimos reconectar con antiguos compañeros del colegio, amigos de infancia, familiares lejanos. Fue una sensación vertiginosa: pasar de un círculo íntimo a una red interminable de rostros conocidos.
Las redes nos ofrecieron cantidad, pero también nos enfrentaron a una nueva realidad: no toda conexión es amistad. Aprendimos que tener cientos de “amigos” en Facebook no equivalía a tener cientos de personas dispuestas a recibir una llamada a las tres de la mañana.
Para nosotros, FIFTIERS, fue también un tiempo de aprendizaje: mantener la esencia de nuestras amistades reales mientras navegábamos la espuma de las conexiones virtuales.
La era de los grupos de WhatsApp: la tribu siempre a mano
Hoy, los grupos de WhatsApp se han convertido en nuestros nuevos patios de recreo. Los tenemos para todo: la pandilla del colegio, los excompañeros de trabajo, la familia dispersa, los nuevos amigos de yoga o de senderismo.
En esos grupos late aún la amistad de siempre, pero en otro formato: memes, recordatorios, bromas internas que se arrastran durante meses. Mensajes de buenos días, de apoyo en un mal momento, de celebración cuando alguien logra un hito.
Los grupos nos permiten sentir que seguimos cerca, que pertenecemos, que estamos atentos. Pero también nos presentan un desafío: el riesgo de que la comunicación se quede en la superficie, en una maraña de mensajes rápidos, sin la profundidad de una conversación de verdad.
¿Qué hemos ganado y qué deberíamos proteger?
La tecnología nos ha dado herramientas maravillosas: inmediatez, permanencia, la posibilidad de estar conectados desde cualquier rincón del mundo. Gracias a ella, hemos podido mantener amistades vivas a pesar de la distancia y del ritmo acelerado de nuestras vidas.
Pero nuestra generación —que vivió el silencio de la espera, la emoción de una carta manuscrita, el esfuerzo de mantener viva una amistad sin apoyos digitales— sabe algo que las nuevas generaciones a veces olvidan: que la amistad se cultiva de verdad en el tiempo compartido, en la escucha atenta, en la presencia consciente.
No basta con un emoji o un “me gusta” rápido en una foto. Los FIFTIERS sabemos que una llamada inesperada, una comida improvisada, un paseo largo conversando de la vida, siguen siendo los pilares donde la amistad florece y se fortalece.
El futuro de la amistad: más humano que nunca
Mirando hacia adelante, la amistad entre nosotros no solo sobrevivirá: evolucionará. La tecnología será cada vez más envolvente, más integrada (¿grupos de amigos en realidad virtual? ¿quedadas holográficas?), pero nuestro bagaje humano nos guiará para no perder lo esencial.
Porque, en un mundo donde todo será cada vez más inmediato y superficial, nosotros, los FIFTIERS, seguiremos defendiendo algo tan revolucionario como llamar sin motivo, escuchar sin prisas, abrazar sin filtros.
La verdadera amistad, como nosotros sabemos, no necesita 5G ni notificaciones: solo necesita dos corazones dispuestos a encontrarse.
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