INFORME FIFTIERS sobre el Edadismo: datos y realidades de la discriminación por edad en la sociedad y el trabajo

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El edadismo –la discriminación por motivos de edad– es una forma de prejuicio silenciosa pero muy extendida. Según las Naciones Unidas, una de cada dos personas en el mundo tiene actitudes edadistas, es decir, mantiene estereotipos o prejuicios negativos basados en la edad. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) califica el edadismo como la tercera causa de discriminación a nivel global, solo por detrás de la discriminación por género o raza. Estas actitudes no solo afectan a las personas mayores, sino también a los jóvenes, y tienen consecuencias tangibles: empeoran la salud física y mental de quienes las sufren, reducen su calidad de vida e incluso implican costos económicos elevados para la sociedad. En este artículo analizamos con datos cómo se manifiesta el edadismo tanto en la sociedad en general como en el entorno laboral, y qué buenas prácticas pueden ayudar a combatirlo.
El alcance del edadismo en una sociedad que envejece
El problema del edadismo cobra especial importancia en un contexto de rápido envejecimiento demográfico. La población mundial está viviendo más años que nunca: se estima que para 2030 una de cada seis personas tendrá 60 años o más, lo que equivale a unos 1.400 millones de personas mayores (frente a 1.000 millones en 2020). Para 2050, el número de personas de más de 60 años habrá alcanzado 2.100 millones a nivel mundial. En España, en 2030 las proyecciones indican que alrededor del 25% de la población será mayor de 65 años, reflejando una estructura poblacional cada vez más envejecida. Este cambio supone un gran logro en términos de longevidad, pero también plantea retos sociales: ¿están nuestras actitudes y sistemas preparados para integrar y valorar a una proporción cada vez mayor de personas mayores?
A pesar de que todos envejecemos desde que nacemos, los estereotipos negativos sobre la vejez siguen muy arraigados. Frases hechas como “los mayores no entienden de tecnología“, “son un obstáculo para el progreso” o “no tienen nada nuevo que aportar” reflejan prejuicios que se repiten en la cultura popular. Estos estereotipos contribuyen a que muchas personas, simplemente por superar cierta edad, sean tratadas con condescendencia, ignoradas o consideradas incapaces. De acuerdo con un reciente estudio del CIS en España, uno de cada tres mayores de 65 años reconoció haberse sentido ignorado o menospreciado por su edad en los últimos 12 meses. Esta estadística evidencia que en la vida cotidiana las personas mayores a menudo perciben una falta de respeto o atención debido a su edad.
Por otro lado, el edadismo no solo afecta a los mayores, sino que también los jóvenes pueden sufrir discriminación por ser considerados “demasiado jóvenes e inexpertos”. El mismo estudio del CIS revela que al 38,6% de los jóvenes menores de 34 años alguna vez les han dicho que eran demasiado jóvenes para hacer algo, o que no se tomaba en serio su opinión por su edad. Esto demuestra que los prejuicios generacionales operan en ambos sentidos: se tiende a infravalorar tanto la capacidad de la juventud (por falta de experiencia) como la de la gente de más edad (por supuestas limitaciones físicas o mentales). En la práctica, estas ideas erróneas crean brechas innecesarias entre generaciones, dificultando la colaboración y el entendimiento mutuo.
Impactos del edadismo en la vida social y la salud
Las consecuencias del edadismo sobre la salud y el bienestar de las personas mayores están bien documentadas. Diversos estudios señalan que quienes sufren discriminación por edad tienden a tener peor salud física y mental, mayor aislamiento social, más inseguridad financiera y menor calidad de vida. Un dato alarmante proporcionado por la OMS estima que 6,3 millones de casos de depresión en el mundo son atribuibles al edadismo. Esto significa que los prejuicios y actitudes negativas hacia la edad contribuyen directamente a agravar problemas de salud mental como la depresión entre las personas mayores. La soledad no deseada, por ejemplo, es más frecuente en quienes sienten que la sociedad los ha relegado por su edad; no es casualidad que casi un 89% de la población encuestada esté de acuerdo en que las personas mayores suelen sufrir más soledad que los jóvenes. Este aislamiento social, potenciado por estereotipos edadistas, puede derivar en un círculo vicioso de deterioro emocional y físico.
En España, solo una de cada tres personas mayor de 75 años utiliza internet, frente a casi el 100% de los jóvenes. Esta brecha digital “gris” se agrava cuando trámites y servicios esenciales migran al formato online sin alternativas accesibles para quienes no dominan las nuevas tecnologías.
El ámbito digital es un ejemplo claro de cómo el edadismo puede traducirse en exclusión social. Muchas personas mayores se sienten confundidas o excluidas cuando servicios públicos y privados (banca, administración, salud, transporte) requieren habilidades digitales que no han tenido oportunidad de adquirir. De hecho, en España más de la mitad de las personas mayores (54%) han percibido impaciencia o maltrato al hacer gestiones presenciales, simplemente por no entender bien las explicaciones o procedimientos digitales. En ciertos casos extremos, se les niega la atención personal: uno de cada tres mayores relata que en oficinas públicas solo le dieron opción de hacer trámites por internet, y cerca del 48% se vio obligado a solicitar una cita online sin saber cómo hacerlo. Situaciones así no solo generan frustración, sino que vulneran derechos básicos, acentuando la sensación de indefensión. No sorprende que el 59,5% de los ciudadanos considere que las personas mayores están en mayor riesgo de exclusión social que los jóvenes, precisamente por barreras como estas.
El edadismo también afecta al acceso a la salud. Un enfoque médico basado únicamente en la edad puede llevar, por ejemplo, a negar ciertos tratamientos o procedimientos a pacientes mayores por el mero hecho de su edad. Una revisión de estudios indicó que en el 85% de los casos analizados la edad era determinante para decidir quién recibía determinados tratamientos médicos, independientemente de la condición real del paciente. Esta generalización puede resultar muy dañina: juzgar la aptitud de una persona para un tratamiento solo por su edad cronológica ignora la heterogeneidad de la salud en la vejez. Dos personas de 70 años pueden tener estados de salud muy dispares, pero el prejuicio edadista las podría clasificar a ambas como “demasiado mayores” para ciertos procedimientos. Durante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, se evidenció este sesgo en algunos lugares donde la edad se usó como criterio único para priorizar el acceso a cuidados intensivos o vacunas, algo que organismos internacionales han criticado abiertamente. Tratar a todos los mayores como frágiles o prescindibles no solo es injusto, sino que puede costar vidas.
Edadismo en el trabajo: barreras para jóvenes y mayores en el empleo
El entorno laboral es uno de los escenarios donde el edadismo se manifiesta con mayor crudeza, especialmente contra los trabajadores de más edad. Paradójicamente, esto ocurre en una época en que se nos pide prolongar la vida laboral para sostener los sistemas de pensiones, pero al mismo tiempo muchas empresas siguen practicando prejuicios contra el talento sénior. El resultado es una contradicción: se alienta a las personas a trabajar hasta los 65 o 67 años, pero a menudo quedan fuera del mercado laboral mucho antes, en torno a los 50.
Varios datos ponen de relieve la magnitud del edadismo laboral, particularmente en España:
- A nivel europeo, España encabeza el desempleo de trabajadores mayores: la tasa de paro entre 50 y 74 años es 10,7%, más del doble que la media de la UE (4,8%). Como consecuencia, uno de cada tres desempleados en España tiene 50 años o más, y lo que es peor, la mitad de estos parados mayores lleva más de un año buscando empleo (desempleo de larga duración). Esto refleja la enorme dificultad que enfrentan para reinsertarse en el mercado laboral.
- Según un experimento de campo reciente, un candidato de 55 años tiene un 35% menos de probabilidades de recibir una llamada para entrevista que otro de 30 años con currículo equivalente. A igualdad de formación, experiencia y habilidades, la edad se convirtió en el factor determinante en contra del candidato mayor, evidenciando un sesgo claro en los procesos de selección.
- El 40% de las personas desempleadas mayores de 50 años en España afirma haber sufrido discriminación por su edad durante procesos de contratación. Esta percepción, recogida por el Observatorio de Edadismo y Empleo, indica que muchos reclutadores descartan a candidatos sénior abiertamente o de forma sutil (por ejemplo, mediante preguntas sesgadas sobre adaptabilidad, salud, etc.).
- La situación de las mujeres mayores de 50 años es especialmente vulnerable debido a la doble discriminación (edad + género). La tasa de paro de las trabajadoras mayores de 55 alcanza casi el 12%, comparada con un 9% en los hombres de esa misma franja. Además, muchas han afrontado carreras laborales más intermitentes, lo que agrava el impacto de quedar fuera del empleo a edades avanzadas.
Detrás de estos números subyacen estereotipos laborales muy arraigados. Algunos empleadores asumen que una persona mayor será menos productiva, resistente al cambio o tecnológicamente incapaz, lo cual no tiene por qué ser cierto en absoluto. De hecho, numerosos estudios demuestran que la productividad y capacidad de aprendizaje no desaparecen con la edad. Sin embargo, persiste la práctica de privilegiar fuerza laboral joven pensando que es más “barata” o moldeable, mientras se considera a los mayores como una carga. Esta mentalidad miope ignora las enormes ventajas de la diversidad generacional en el trabajo: las personas de más edad suelen aportar experiencia, estabilidad, conocimiento profundo de la industria y habilidades sociales desarrolladas durante años, activos muy valiosos para las empresas. Por su parte, los trabajadores jóvenes aportan ideas frescas, dominio de nuevas tecnologías y otras competencias. Equipos intergeneracionales bien gestionados pueden ser mucho más innovadores y productivos, aprovechando lo mejor de cada generación.
No obstante, para capitalizar ese potencial hace falta derribar las barreras edadistas en las políticas de contratación y gestión del talento. Según la OMS, tanto los empleados más jóvenes como los de más edad a menudo se ven desfavorecidos en cuanto a oportunidades de desarrollo: por ejemplo, el acceso a formación continua y ascensos tiende a reducirse significativamente a medida que el trabajador envejece, lo que limita su capacidad de adaptación a nuevos roles. Esta falta de inversión en capacitación perpetúa el ciclo: si una empresa no ofrece formación a sus empleados mayores, luego usará la falta de ciertas habilidades como excusa para reemplazarlos por personal joven. Del lado opuesto, a profesionales muy jóvenes a veces se les niegan puestos de responsabilidad porque “no tienen la edad suficiente”, privándoles de avanzar en sus carreras. En ambos casos, la edad se convierte en un filtro discriminatorio más que en un criterio relevante para el desempeño.
La capacitación a lo largo de la vida es clave para combatir el edadismo laboral. En la imagen, empleados de distintas edades comparten aula de formación digital. Sin embargo, en muchas empresas la inversión en formación cae drásticamente a partir de los 45-50 años, dejando obsoleto al talento sénior y reforzando estereotipos de falta de adaptación. Fomentar entornos de trabajo intergeneracionales donde jóvenes y mayores colaboren ayuda a romper prejuicios y a valorar el aporte de cada edad.
El resultado de la discriminación por edad en el empleo no solo es injusto a nivel individual, sino que representa un desperdicio de talento y experiencia con impacto en la economía. Estudios internacionales han cuantificado este costo: en Estados Unidos, por ejemplo, se calculó que los estereotipos negativos hacia los mayores (incluyendo los autoestereotipos que estos interiorizan) supusieron en un año un sobrecoste de 63.000 millones de dólares en gastos sanitarios relacionados con las principales enfermedades en población mayor. Y en Australia se estimó que si aumentara en apenas 5% la tasa de empleo de las personas mayores de 54 años, la economía sumaría 48.000 millones de dólares australianos adicionales cada año. En otras palabras, mantener a más adultos mayores activos beneficia al conjunto de la sociedad: reduce gastos pasivos (subsidios, sanidad) y aumenta la productividad y la base de cotizantes. En España, con más de 840.000 personas mayores de 50 años en desempleo (aproximadamente un tercio del total de parados), la reactivación laboral del talento sénior es un desafío ineludible tanto por justicia social como por necesidad económica.
En suma, el edadismo es un obstáculo real que impide aprovechar al máximo el potencial de una sociedad cada vez más longeva. Tanto en la interacción social diaria como en el ámbito laboral, los prejuicios por edad generan injusticias y pérdidas de talento que no podemos seguir permitiendo. La buena noticia es que el edadismo se puede combatir. Si implementamos leyes adecuadas, educamos en el respeto intergeneracional y diseñamos iniciativas que fomenten la colaboración entre jóvenes y mayores, estaremos dando pasos firmes hacia una cultura más inclusiva. Al fin y al cabo, la edad nos unirá a todos eventualmente: derribar el edadismo hoy significa construir el entorno en el que querremos vivir cuando seamos mayores. Una sociedad que valora a las personas de todas las edades es una sociedad más rica en experiencia, más justa y más humana.
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