Hay prendas que no pasan de moda. No porque sean tendencia, sino porque son atemporales. No porque estén en todas partes, sino porque permanecen donde deben estar: en nuestro armario, en nuestra memoria, y a veces incluso en nuestras fotografías familiares. Uno de esos objetos con alma, con historia y con estilo eterno es, sin duda, el polo Lacoste.
Para quienes hoy rondamos los cincuenta —los llamados fiftiers— los polos Lacoste no son solo ropa. Son una herencia. Nuestros padres los llevaban con esa elegancia despreocupada que solo se logra cuando uno no sigue la moda, sino que la define sin querer. Eran los años del tenis clásico, de los veranos interminables, de los domingos en familia. Y ahí estaban ellos, los polos Lacoste, impecables tras decenas de lavados, resistentes al paso del tiempo y a la vida misma.
A nosotros, los fiftiers, nos tocó heredar ese símbolo. En algunos casos, literalmente: un polo del abuelo que seguía perfecto para el hijo. En otros, como ritual de iniciación: el primer Lacoste como regalo en una fecha especial. Porque vestir un Lacoste no era ponerse un polo más. Era formar parte de una historia de calidad, sobriedad y estilo sin estridencias.
Y ahora nos encontramos al otro lado del espejo. Viendo cómo nuestros hijos —que todo lo cuestionan, que todo lo digitalizan— también se rinden ante el encanto discreto de Lacoste. Porque cuando algo es auténtico, se nota. Ellos quizás no sepan que René Lacoste lo diseñó para jugar al tenis, cansado de las camisas rígidas y formales. Quizás no sepan que el cocodrilo bordado fue uno de los primeros logotipos de marca visible en una prenda. Pero lo intuyen. Intuyen que hay algo especial en esa prenda simple y elegante que no necesita más que su propia historia para brillar.
Hoy, los polos Lacoste siguen siendo sinónimo de calidad. De tejidos que duran décadas. De colores que no se apagan. De costuras que resisten generaciones. Y más allá de su confección impecable, son un puente emocional entre padres e hijos, entre abuelos y nietos. Porque hay cosas que se heredan no por necesidad, sino por amor.
Así, en este presente lleno de modas efímeras y productos desechables, el polo Lacoste se proclama como un símbolo de continuidad. De buen gusto. De resistencia. Como nosotros, los fiftiers: clásicos, sí, pero con mucho futuro.
Y si alguna vez dudas de lo que debes ponerte, abre el armario. Seguro que hay un Lacoste esperándote, con historias por contar y otras tantas por vivir.
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