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La inteligencia artificial y la sabiduría de nuestros mayores: un vínculo para el futuro

La inteligencia artificial y la sabiduría de nuestros mayores: un vínculo para el futuro

La sabiduría… esa mezcla de experiencia, intuición y corazón que no se aprende en libros. Es ese “algo” que distingue a quien ha vivido de quien apenas comienza. En cambio, la inteligencia artificial —por ahora— solo sabe de datos y patrones. Puede ganarte una partida de ajedrez o predecir si lloverá mañana. Pero… ¿puede comprender realmente el sentido profundo de una decisión difícil? ¿Puede interpretar el silencio incómodo tras una mirada?

En la jerarquía clásica del conocimiento —datos, información, conocimiento y, finalmente, sabiduría— la IA aún se queda en los escalones intermedios. Los mayores, en cambio, habitan cómodamente el nivel más alto. Saben cuándo una pausa dice más que mil palabras. O cuándo no hacer nada… es en realidad lo más sabio.

Y aquí viene lo interesante: ¿qué pasaría si combinamos ambos mundos? La IA, rápida, incansable, meticulosa. Los mayores, profundos, empáticos, intuitivos. La verdad es que podrían formar una alianza poderosa. Porque lo que la tecnología aún no ha logrado replicar es justo eso: la riqueza de la experiencia humana vivida. No solo lo que alguien sabe, sino cómo lo sabe, por qué lo sabe… y cuándo callarlo.

Durante años, la mayoría de sistemas de IA han sido diseñados por jóvenes, en oficinas llenas de talento técnico pero escasa diversidad vital. Y claro, eso se nota. Se crean herramientas eficaces, sí, pero que a veces carecen de tacto, de humanidad. Incorporar la voz de los mayores en ese proceso puede cambiar el tono de la conversación. Puede añadir matices, memoria, incluso ternura.

IA que aprende de la experiencia de los mayores

Y no, no es ciencia ficción. Ya hay proyectos en marcha donde la sabiduría de los mayores se convierte en activo digital. En España, por ejemplo, el Proyecto MENTOR conecta a personas mayores con jóvenes, para que puedan actuar como mentores en temas donde tienen experiencia. Lo hacen a través de plataformas con IA, juegos interactivos y hasta asistentes virtuales que ayudan a mantener ese puente activo.

Otro ejemplo conmovedor: ElliQ, un robot social diseñado para acompañar a personas mayores. No es un robot cualquiera. No se limita a decir la hora o recordar pastillas. ElliQ escucha, propone una caminata, lanza una pregunta curiosa. Su inteligencia artificial está entrenada no solo para reaccionar, sino para estar. Porque a veces lo que una persona necesita no es un dato, sino compañía.

En el mundo de la salud, también se están dando pasos significativos. Imagina a un médico con décadas de experiencia, que ha visto de todo. Ahora imagina que parte de ese saber —sus intuiciones, sus estrategias ante casos complejos— se traduce a sistemas que apoyan a otros médicos más jóvenes. Es como tener un mentor siempre disponible. Algo similar ha hecho Bayer en la industria: recogieron el conocimiento de sus técnicos veteranos y lo integraron en una plataforma para que las nuevas generaciones pudieran aprender de él, incluso cuando esos expertos ya no estén allí.

Y es que cuando se involucra a los mayores en el diseño de la tecnología —no como usuarios pasivos, sino como cocreadores— los resultados cambian. Cambian mucho. La tecnología se vuelve más intuitiva, más cercana, más humana. Ya hay iniciativas que invitan a personas de edad avanzada a participar en el desarrollo de apps de salud, domótica o asistentes personales. Ellos dicen lo que funciona, lo que no, lo que molesta, lo que falta. Y las empresas que escuchan… ganan.

Desafíos para modelar la sabiduría intergeneracional en IA

Pero, claro, no todo es tan sencillo. Traducir sabiduría a lenguaje de máquina es complicado. Muy complicado.

Mucho del saber que tienen los mayores es tácito. No se puede escribir en un manual. Es el tipo de conocimiento que se aprende tras años de observar, fallar, escuchar. ¿Cómo le explicas a un algoritmo que un silencio puede ser más significativo que una respuesta? ¿O que la manera en que alguien sirve el café puede decirte más sobre su estado emocional que cualquier test?

Además, la sabiduría no es solo conocimiento. Es juicio. Es valores. Es saber cuándo decir que no, incluso cuando todo parece indicar que sí. Y eso… es difícil de codificar. Enseñarle a una IA a tener compasión, a ser prudente, a pensar en el otro… es una tarea titánica.

También hay que hablar de los sesgos. Muchos algoritmos de IA no funcionan bien con personas mayores. ¿Por qué? Porque fueron entrenados con datos de jóvenes. Es como crear unas gafas que solo permiten ver una parte del espectro. Por eso, necesitamos datasets más amplios, más diversos. Y sí, necesitamos probar la tecnología con ellos, no solo con veinteañeros techies en Silicon Valley.

Por último, está el tema de la privacidad. Para que una IA aprenda de ti, necesita conocerte. Y ahí entramos en terreno delicado. ¿Hasta qué punto es ético recopilar la vida, las anécdotas, los hábitos de una persona mayor? ¿Quién controla esos datos? ¿Qué pasa si se usan de forma que esa persona nunca hubiese aceptado? Aquí, el respeto y la transparencia no son opcionales. Son esenciales.

Perspectivas de futuro: preservar y amplificar la sabiduría humana

Ahora, pongámonos por un momento en modo visionario.

Imagina una biblioteca digital donde, en lugar de libros, hay voces. Experiencias. Lecciones de vida. Un espacio donde puedes consultar no solo qué hacer, sino cómo lo haría tu abuelo. O tu profesora favorita. O ese médico rural que te salvó la vida hace 20 años.

Ya hay casos reales. Uno de los más conocidos es el Dadbot: un hijo recopiló miles de mensajes y audios de su padre para crear un chatbot con su personalidad. Así, podía seguir hablando con él tras su fallecimiento. No para reemplazarlo, claro, sino para seguir recordándolo. Para que su esencia no se diluyera con el tiempo.

En el mundo empresarial, también empiezan a surgir asistentes virtuales que recogen el pensamiento de grandes expertos. No te dicen lo que harían ellos, sino lo que te sugerirían hacer tú, en tu contexto. Como un mentor digital siempre disponible, con décadas de experiencia encapsuladas.

Y esto… apenas empieza. Si lo hacemos bien, la IA puede convertirse en un gran aliado para que la sabiduría humana no se pierda, sino que se expanda. Para que no dependa del azar el encontrar un buen consejo en el momento justo. Para que cada generación no tenga que empezar de cero.

Incluir a los mayores en la era digital no es un gesto amable. Es una necesidad. Una oportunidad. Porque si dejamos que la inteligencia artificial se alimente solo de lo joven, lo rápido y lo nuevo, perderemos algo esencial. Pero si la nutrimos también con la experiencia, la pausa, el matiz… entonces sí. Entonces la tecnología podrá avanzar sin olvidar lo que nos hace profundamente humanos.

Y quién sabe. Tal vez, dentro de unos años, cuando una IA nos ayude a tomar una gran decisión, sintamos que detrás de su respuesta no solo hay datos, sino también algo parecido a la voz de nuestros abuelos.


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