Hubo un tiempo en el que todos veíamos lo mismo. En el que bastaba con una sola televisión en casa y tres o cuatro canales para que todo un país compartiera emociones, frases, melodías y personajes. En esa época —la de los 70, los 80 y los 90— la televisión no solo nos entretenía: nos unía. Hoy, en plena era del streaming y la hiperfragmentación, es difícil imaginar la magnitud cultural que tenía un programa como Un, dos, tres o una serie como Verano Azul. Pero para quienes tenemos más de 50 años, aquellos espacios no eran solo entretenimiento: eran rituales compartidos, parte de nuestra identidad generacional.
Una televisión para todos
Antes del mando a distancia, de los algoritmos de recomendación y del “salto de intro”, la televisión era un acto colectivo. La familia se reunía, muchas veces después de cenar, alrededor del aparato. Y cada uno tenía su sitio. No había segundas pantallas ni multitarea: mirábamos atentos, escuchábamos juntos y comentábamos lo que veíamos.
La televisión era un espejo y, a veces, una ventana. Nos mostraba el país que éramos y el que queríamos ser. Desde la inocencia de Barrio Sésamo hasta los sueños rotos de Curro Jiménez, pasando por la euforia de La bola de cristal, la emoción de Informe Semanal o la carcajada con Martes y Trece, cada programa dejaba una huella.
Los programas que nos marcaron
1. Un, dos, tres… responda otra vez
Dirigido por Chicho Ibáñez Serrador, fue mucho más que un concurso: fue un fenómeno. Las azafatas, los sufridores, las subastas delirantes, la calabaza Ruperta… Todo era puro espectáculo, sí, pero también un reflejo de una España en transición, que comenzaba a abrirse y reírse de sí misma.
2. Verano Azul
¿Quién no recuerda a Chanquete? ¿O el grito desgarrador de “¡Chanquete ha muerto!”? Esta serie fue un antes y un después. Narraba la vida de un grupo de adolescentes en Nerja, pero hablaba de algo más profundo: el paso a la madurez, la amistad, la pérdida, la libertad. Verano Azul fue nuestra primera gran emoción colectiva.
3. La bola de cristal
Mucho más que un programa infantil, La bola de cristal era un laboratorio cultural. Alaska, los Electroduendes, los sketches surrealistas y sus mensajes subversivos marcaron a una generación crítica, creativa y con hambre de cambio.
4. La Clave
Programas como Estudio 1, La Clave o La noche del sábado nos ofrecían teatro, debate, música, incluso filosofía. Se podía aprender viendo la tele. Y, sobre todo, se podía pensar.
5. El parte, el Telediario, Informe Semanal
La información era otro ritual. El Telediario marcaba la actualidad del día. Pero Informe Semanal era la mirada pausada del fin de semana: reportajes que nos ayudaban a entender el mundo. Hoy, aún con toda la información en el bolsillo, cuesta encontrar ese tipo de relato bien hecho y sin prisas.
6. Humor para todos
De Los Morancos a Martes y Trece, pasando por Tip y Coll, el humor era transversal y familiar. Nos reíamos en familia. Y esas risas se convertían en lenguaje común, en bromas compartidas que aún hoy recordamos.
El poder de la memoria compartida
Estos programas no solo nos entretuvieron. Nos enseñaron a ver la realidad, a reírnos de ella, a cuestionarla, a soñar. Muchos descubrimos nuestra vocación, nuestros valores o nuestras inquietudes políticas gracias a una serie o un sketch.
Hoy, cuando cada miembro de la familia tiene su pantalla y sus gustos algorítmicamente afinados, cuesta recuperar ese sentido de comunidad televisiva. Pero quizás, precisamente por eso, es más importante que nunca recordar lo que significó aquella televisión para nosotros.
Volver a mirar juntos
Ser FIFTIER es tener memoria, pero también futuro. No se trata solo de nostalgia, sino de revindicar el valor de compartir cultura. ¿Y si empezamos a ver juntos una serie con nuestros hijos o nietos? ¿Y si les contamos lo que supuso para nosotros Verano Azul o La bola de cristal? En un mundo hiperdigital, quizás el acto más revolucionario sea volver a mirar juntos la misma pantalla, al mismo tiempo.
Porque la televisión, aquella televisión, no era solo un aparato. Era una hoguera moderna alrededor de la cual tejíamos comunidad, familia, país.
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